jueves, 15 de septiembre de 2011

Incoherencias redonditas.

Cuando era niña y por alguna razón debíamos viajar a Acayucan entre semana regularmente eran viajes que duraban toda la tarde, nos íbamos en cuanto salía de la escuela y volvíamos ya al atardecer. Recuerdo claramente como, en el camino de vuelta, cuando veía que ya comenzaba a oscurecer y ya me sentía cansada, cerraba los ojos y me concentraba en rogarle a Dios (si, en ese entonces aún creía en Dios y le pedía favores estúpidos) que al llegar a casa, mágicamente encontrara hecha mi tarea. Algo en mi interior me hacía creer que dicho fenómeno era posible. Que si cerraba los ojos y deseaba con mucha fuerza algo, podía hacerse realidad. A pesar de los constantes fracasos de mis ruegos y súplicas jamás dejé de creer que fuese posible. Supongo que en algún momento la realidad me azotó la puerta en la cara y me dí cuenta de esas eran sólo patrañas, pensamiento mágico de una mocosa con la imaginación sobreestimulada por la lectura.

Aún así, supongo que la realidad no me ha podido domesticar al cien por ciento. ¿Por qué lo digo? Porque todavía soy ese tipo de mujer estúpida que cierra los ojos fuertemente y ruega (ya no a Dios, no creo en él, pero simplemente ruego, por si hay algo allá afuera que pierda su tiempo en escucharme) por que ciertas cosas se solucionen. Y a pesar de estar plenamente consciente de que no va a suceder, de que eso es imposible, que ninguna puta fuerza externa va a venir y hacerme el paro en las cosas que le pido, porque si existe alguna fuerza mayor a la voluntad y se ocupa de ciertas cosas, es improbable que considere mis súplicas como un asunto de mínimo interés. Pero aún así lo hago, soy de ese tipo de personas, soy del tipo de pendejos que luchan por causas perdidas, que cree en lo increíble, que intenta llevar a cabo lo imposible. No se porque puta madre soy así, no conozco la maldita resignación y gracias a eso cada día me amargo más. 

Me mantiene en pie el hecho de que académica e intelectualmente soy una persona muy activa, hago las cosas que me interesan, que me gustan y las hago bien. Si aparte de eso fuera una fracasada, mediocre, medias tintas, conformista con ese aspecto de mi vida, en serio que estaría en el hoyo. Supongo que es una cosa por la otra. Así es la vida. Ni pedo, uno cosecha lo que siembra. Hay veces que por más que se te antoje una taza de café, no queda de otra más que tragar mierda. 

Creo que una de las cosas que más me hace falta aprender es: dejar de estar estorbando. La vida sigue y sigue, aunque, como dice el Delgadillo: aunque yo me quede atrás.


















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