viernes, 15 de febrero de 2008

14 Feb / Huitzilac

Escrito en un café de Xalapa, a las 8:35 pm

Hay que ver lo distraída que soy, en el centro, es catorce de Febrero y me vine a parar a un café, sola. Es curioso, supuestamente un día como hoy nadie debería estar solo, pero yo si.
El día no me significa nada en partícular, pero aún así pase a la escuela por Adolfo y lo invité a comer a un lugar que él tenía muchos deseos de ir. Fué lindo, platicamos y pasamos un buen rato.

Me siento satisfecha de mí misma, trabajé un poco hoy, si sale todo bien mañana voy a nadar y al gimnasio. Estoy un poco nerviosa por este nuevo tipo de vida que comienzo, pero aún así me siento satisfecha.

Me gusta este lugar, una vez se lo conté a Christian, es un pequeño café a las afueras de la pinacoteca. Está totalmente al aire libre, con la gente bajando y subiendo por las escaleras que dan al parque Juarez, los autos pasando a un costado, frente al cafecito está la biblioteca Carlos Fuentes, es una hermosa isla situada justo en medio de dos cosas que amo: el arte y los libros, con un flujo constante de mares de personas y automóviles a los lados, pero uno logra abstraerse del mundo bastante bien en este lugar. En este momento es de noche y la luz es insuficiente, pero un poco más temprano puedo sentarme muy a gusto en este lugar, donde las sillas son muy cómodas y leer un buen rato en lo que me tomo un café y fumo un poco.

En este momento estoy tomando un chocolate caliente, es delicioso, sumamente espeso y si, Christian tiene razón, algo en el chocolate evoca recuerdos de la infancia que no logro asir, lo único que recuerdo es que una consistencia parecida tenía el atole que alguna vez tomé en el rancho que mi padre compró cuando vivíamos en Cuernavaca. Cuernavaca, esa insufrible ciudad de mis amores.

Huitzilac (así se llama el lugar donde estaba ese rancho), es un lugar hermoso, o al menos así me lo parecía. Íbamos allá en Diciembre, cuando todo era frío y el paisaje parecía sumamente desierto. En mi infancia nunca había visto vegetación así, soy una chica de rancho del sudeste mexicano y el verde y los abundantes follajes caracterizan mis recuerdos. Pero ese lugar no era así, en el piso apenas había pasto entre las afiladas rocas y los árboles (en su mayoría pinos) parecían siempre enojados con el frío. Era un paisaje particularmente austero pero hermoso.

Mi padre mandó a construir ahí una casa que recuerdo era hermosa, de piedra, con los interiores de madera y una chimenea, ¡por dios!, ¡una chimenea!. Si a esa edad hubiese creído en Santa Clós muy probablemente hubiese fantaseado con verlo salir, todo gordo y rojo, por aquella chimenea.

Al costado de la casa había un enorme cerro que, recuerdo, una vez intentamos subir con mi abuelita, mis primos y la madre de mi padre. Nos contaron historias acerca de duendes que, si subías el cerro solo, te llamaban por tu nombre y si lograbas dominar el miedo y les respondías, ellos te llevaban a un lugar donde estaba enterrada una olla con otro. También recuerdo que mi abuela decía que del otro lado del cerro estaba Zempoala, aún ahora no sé si eso sea cierto.

Era un lugar lindo que terminaron vendiendo cuando las cosas cambiaron. Si ese lugar aún existiera me gustaría pasar ahí alguna temporada, tendría que ser en Invierno. Me gustaría encender la chimenea, prender un cigarrillo y tomar café dentro de esa casa con olor a madera, con el frío afuera y el hielo comiéndose el pasto y las hojas de los árboles mientras yo devoro las hojas de algún libro.

martes, 5 de febrero de 2008